Columna de Opinión “El que se chupa el dedo”. Por Manuel Maldía, 9 de marzo de 2025
Con mujeres en el poder, pero sin poder para las mujeres.
Las calles arden cada 8 de marzo con el fuego sagrado de la indignación feminista. Pero tras la cortina de humo de los cristales rotos y las consignas, se libra otra batalla, más silenciosa y acaso más urgente: la que enfrenta a las mujeres contra un monstruo que aprendió a disfrazarse de aliado. No hablo del machismo recalcitrante, ese que mata diez veces al día, sino de una hidra más sofisticada: las instituciones que, tras abrazar la equidad de género en el discurso, replican la corrupción sistémica y el autoritarismo de antaño.
El Espejismo de la Paridad
El gobierno presume cifras: 50% de mujeres en cargos públicos, protocolos de género, leyes con nombre de víctimas. Pero en los sótanos del poder, donde se cuecen los pactos y los presupuestos, nada ha cambiado. Las madres buscadoras —esas antiheroínas que escarban la tierra con las uñas mientras el Estado escarba en excusas— siguen siendo recibidas en palacios de gobierno por funcionarias impecables, con estudios en Harvard y discursos de empoderamiento, que les niegan recursos con la misma frialdad de un burócrata priista de los setenta. La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), ahora dirigida por una mujer, repite el guion de sus predecesores: informes elegantes, reuniones estériles, y una complicidad velada con quienes violan derechos. ¿De qué sirve una mujer en la silla si la silla sigue sosteniendo el mismo sistema podrido?
El feminismo institucional, ese que se viste de progresismo pero huele a naftalina, es hoy el mejor cómplice del status quo. Aplaude cuotas de género mientras firma cheques a contratistas fantasma. Habla de sororidad pero guarda silencio cuando una colega, en algún municipio, desvía fondos destinados a refugios para víctimas. Es la vieja farsa del poder, ahora con tacones y hashtags.
El Vandalismo: ¿Distracción o Síntoma?
Sí, en cada marcha del 8M, pequeños grupos pintan paredes, rompen ventanas de los bancos, desafían a la policía. Los titulares se llenan de sus actos, y el debate público se reduce a una discusión binaria: ¿protesta legítima o delito? Pero esa pregunta, en el México de hoy, es un señuelo. Mientras discutimos si un graffiti es arte o vandalismo, nadie mira hacia las oficinas alfombradas donde se archivan las denuncias de las madres buscadoras, ni a los escritorios de la CNDH, donde las quejas por abusos de autoridades estatales y federales duermen bajo polvo burocrático.
El vandalismo callejero, por irritante que sea, es marginal. El verdadero sabotaje —aquel que desangra al país— ocurre tras puertas cerradas, donde funcionarias con credenciales feministas traicionan a las de abajo con la misma saña con que un político tradicional traiciona a su electorado. Es la corrupción con perspectiva de género: misma impunidad, nuevo maquillaje.
La Resistencia Autoritaria: Cuando el Género es Fachada
El régimen posrevolucionario mexicano siempre tuvo talento para cooptar luchas. Ayer fue el movimiento obrero, domesticado en la CTM; hoy es el feminismo, convertido en discurso de campaña y foto protocolaria. El caso de la CNDH es paradigmático: una mujer al frente, sí, pero ¿qué diferencia hay entre una ombudsperson que ignora a las víctimas y su predecesor masculino? Ninguna. Porque el problema no es el género, sino las estructuras que convierten las instituciones en apéndices del poder.
Las madres buscadoras lo saben bien. Les basta llegar a una fiscalía —dirigida por una mujer brillante, con maestría en derechos humanos— para recibir el mismo desdén que en 1994. “Es que no hay evidencia”, les dicen, mientras sus hijos yacen en fosas que el Estado no quiere encontrar. El mensaje es claro: pueden poner a una mujer en la silla, pero si la silla está clavada al piso del autoritarismo, nada cambiará.
Del 68 al 8M: La Lección que no Aprendimos
En 1968, el Estado respondió a las demandas de democracia con balas. En 2025, responde a las demandas de justicia feminista con simulaciones. Antes, el enemigo era un hombre con charola; hoy, es una red de complicidades donde participan funcionarias con camisas moradas. El mecanismo es el mismo: vaciar de contenido las luchas, sustituir la sustancia con símbolos.
El movimiento feminista enfrenta ahora su prueba más difícil: luchar no solo contra el machismo explícito, sino contra sus propios aliados travestidos de progres. Contra aquellas que, desde sus puestos, repiten el mantra de que “el cambio lleva tiempo”, mientras el tiempo se lleva a otra mujer.
Hacia Adelante: Romper el Techo de Cristal… y el de Concreto
La verdadera equidad no se mide en porcentajes, sino en hechos. No basta con mujeres en el poder: se necesitan instituciones despatriarcalizadas. ¿Cómo? Exigiendo que la paridad venga acompañada de rendición de cuentas, de contralorías ciudadanas, de juicios a funcionarias corruptas —sí, aunque lleven la medalla morada—. Y, sobre todo, recordando que el feminismo no es un puesto, sino una ética.
Las calles del 8M seguirán ardiendo. Pero el fuego que importa no es el que quema mobiliario, sino el que debe consumir, de una vez, los archivos falsificados, los presupuestos desviados, y la indiferencia de quienes, con falda o sin ella, gobiernan como si el pueblo —y sus mujeres— no existieran.
La Dignidad no se Negocia
Como escribió Buendía en 1984: “El poder no cambia de naturaleza, solo de caretas”. Hoy, el feminismo institucional es la nueva careta. Y mientras las madres buscadoras siguen cavando, México debe decidir si quiere un país donde las mujeres no solo lleguen al poder, sino que lo transformen desde la raíz. O donde, como advirtió Rosario Castellanos, “se nos permita entrar al banquete, siempre que aceptemos comer migajas”.