En la opinión de José Pantoja
Sabias palabras del filósofo de Macuspana:
“Al diablo con las instituciones”.
Y hoy —como si fuera chicle y se estirara— esa sentencia se renueva:
¡Al diablo con las reglas partidistas!
Qué ironía. Morena, ese partido que surgió con la bandera de la regeneración nacional, ahora carga con las mismas mañas de los partidos que tanto criticaron. No cabe duda, el poder no solo marea, también contagia.
Ahí tienen al senador y coordinador de los diputados de Morena, Ricardo Monreal, que decidió no ir a la octava asamblea nacional del partido este 20 de julio en la CDMX. ¿Motivo? Dicen las malas lenguas que ya anda en España, vacacionando con buen vino y mejor jamón. Otros dicen que le dio frío, no por el clima madrileño, sino porque no quiere enfrentar los temas que Claudia Sheinbaum mandó discutir. Y vaya temas:
a) No reelección para los cargos de elección popular.
b) Acabar con el nepotismo al interior del partido.
¿Y quién se siente aludido? Pues Monreal y su clan, claro. Porque los Monreal no son una familia, son una delegación completa: padres, hermanos, primos, tíos, sobrinos, cuñados y hasta los que venden tamales afuera de la casa, todos incrustados en la nómina pública. Parecen franquicia.
No se quedan atrás los Batres (que hasta juran que son izquierda pura) ni la familia Alcalde, que también tienen a medio árbol genealógico repartido en puestos de poder. Y entonces uno se pregunta: ¿y el pueblo?, ¿y la meritocracia?, ¿y el fin del influyentismo?
Ah, pero eso sí: discursos no faltan. Palabras bonitas sobran. Lo que escasea es la congruencia.
Si Morena quiere evitar convertirse en el nuevo PRI —ese que tanto detesta— tendrá que sacudirse a sus dinosaurios de casa, esos que ahora usan el chaleco guinda para taparse las garras.
Pero ya veremos. Porque entre vacaciones, ausencias convenientes y familiares en la nómina, parece que la Cuarta Transformación ya agarró vicios de la vieja política, esa que juraban enterrar.
Estaremos al pendiente.