Por M. Ángel Villa Juárez
Morelia, Mich., 7 de junio de 2025.- Los Ángeles explotó y no por un temblor, sino por el hartazgo. La ciudad californiana se convirtió en campo de batalla durante el tercer día consecutivo de protestas contra las redadas migratorias ordenadas por el presidente Donald Trump, quien decidió echarle más leña al fuego enviando tropas de la Guardia Nacional a reprimir a punta de escudos, gases y empujones a una comunidad que ya no aguanta más humillaciones.
El desmadre arrancó frente al Centro de Detención Metropolitano, donde miles de manifestantes –en su mayoría migrantes, chicanos, latinos y raza solidaria– se plantaron a gritar “¡ICE, fuera de Los Ángeles!”, dejando claro que la ciudad no se rinde ante los atropellos de Washington. Pero la respuesta del gobierno fue a la vieja escuela del garrote: gases lacrimógenos, golpes, y al menos 27 arrestos, en una escena que huele más a dictadura que a democracia.
La mecha de esta bronca viene prendida desde enero, cuando Trump volvió a la Casa Blanca. Desde entonces, ha desatado una cacería de brujas migrante, con redadas sin orden, deportaciones exprés, separaciones de familias, y hasta detenciones de banda con papeles en regla. La cosa escaló el fin de semana, con operativos en barrios, iglesias, escuelas y restaurantes; y lo que parecía control, se convirtió en caos.
Y es que no sólo es contra los migrantes. El trumpismo se la trae también con autoridades locales como el gobernador de California, Gavin Newsom, y la alcaldesa de LA, Karen Bass, quienes denunciaron que la llegada de tropas federales sin su consentimiento es una violación a la soberanía estatal. El llamado “Zar de la Frontera”, Tom Homan, hasta amenazó con detenerlos por no alinearse con la represión. Así de enfermo está el poder.
Mientras tanto, Trump se descosió en su red Truth Social, acusando que “Los Ángeles fue invadida por criminales y turbas extranjeras”, y que sus tropas sólo están “defendiendo la patria”. Su vicepresidente JD Vance lo secundó, pidiendo a gritos aprobar su proyecto antimigrante y militarizar la frontera “de una vez por todas”.
Pero desde el otro lado, la voz de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum fue clara y contundente: “No es con violencia ni con aprehensiones como se va a atender el fenómeno migratorio”. Señaló que ciudades como Nueva York y LA no serían lo que son sin el trabajo de los migrantes mexicanos, quienes sostienen la economía gringa en sectores como la agricultura, la construcción y la cocina.
La hipocresía de Washington quedó más expuesta que nunca: quieren mano de obra barata, pero desprecian a quienes la ofrecen. El trumpismo se alimenta del odio y la xenofobia, pero olvida que millones de indocumentados son el corazón oculto de Estados Unidos.
El senador Bernie Sanders lo dijo sin pelos en la lengua: “Estamos viendo el autoritarismo de Trump en tiempo real: provocar disturbios, declarar emergencia, meter al ejército… es inaceptable”. Y no se equivoca: el magnate busca apagar con plomo lo que él mismo encendió con discursos de odio.
Si creía que con amenazas y soldados iba a doblegar a la comunidad migrante, se equivocó de película. Porque Los Ángeles, esa ciudad mestiza, rebelde y trabajadora, se está plantando con dignidad. Y esto apenas comienza. El miedo cambió de bando.
Porque cuando te sacan de tu casa, te quitan a tu gente y te tratan como delincuente solo por tu apellido, tarde o temprano, te hartas. Y eso fue lo que pasó este fin de semana en LA: el pueblo se hartó, y el silencio se convirtió en grito.