La opinión de Manuel Maldía.
Morelia, Mich. 28 mayo 2025
En las elecciones judiciales del próximo 1 de junio, el reloj de la historia parece haber girado hacia atrás sin pudor alguno. El México de hoy, ese que se presume moderno, democrático y de cuarta transformación, ha empezado a replicar, como copia al carbón mal calcada, las más oscuras prácticas del priismo autoritario de los años 1960, 70 y 80.
Sí, aquellos tiempos en que el PRI gobernaba con puño de hierro y sonrisa de papel, cuando la democracia era una puesta en escena y el “carro completo” era la meta irrenunciable del régimen. Hoy, el objetivo ha mutado, pero el método es el mismo: ya no se trata de arrasar con gubernaturas y curules, sino de colonizar el poder judicial con simpatizantes y afines, hasta colocar de tapete a la Suprema Corte y sus magistrados.
Los indicios de este operativo están por todos lados, como costras que supuran corrupción y cinismo. En redes, en barrios, en medios de comunicación, en los pasillos del INE menguado por recortes presupuestales, se habla ya abiertamente de maniobras turbias, de mapachería vintage, de operadores reciclados del viejo PRI —hoy bien peinados con guayabera guinda y medallita de Benito Juárez al pecho— que andan enseñando a la nueva generación cómo se “asegura” una elección.
¿Y qué dice el ciudadano? Nada. Mira con escepticismo, bosteza con hastío. Se espera una participación de entre el 5 y el 15 por ciento. ¿El motivo? Una mezcla tóxica de desinterés, escasa difusión, recortes presupuestales y la reducción de las casillas receptoras del voto a la mitad. A eso súmele el ingrediente más rancio del platillo: los votos no se contarán en las casillas, sino en las oficinas del INE, doce días después, sin testigos ciudadanos, sin transparencia, sin la más mínima pretensión de legalidad a la vista.
Todo en lo oscurito, como en aquellos tiempos del “glorioso” PRI cuando Gustavo Diaz Ordaz, Luis Echeverría o Manuel Barttlet, Secretarios de Gobernación en su momento, contaban los votos.
Esto no es democracia, es un montaje. Una tragicomedia que huele a moho, a bodega cerrada donde se guardan los fantasmas del PRI más autoritario.
Y no es paranoia, es memoria.
Los viejos mapaches —hoy más gordos y viejos— han salido de sus madrigueras. Regresan con su manual de trampas bajo el brazo. A saber:
Compra y coacción del voto: A cambio de programas, empleos y promesas falsas.
El “ratón loco”: Cambiar casillas de último momento para marear al votante.
Urnas embarazadas: Con boletas ya marcadas antes de abrir la jornada.
Cachirules: Gente que vota dos, tres veces con credenciales falsas o robadas.
Robo de urnas: Cuando el resultado no cuadra, se desaparecen los votos.
Actas alteradas: Con resultados “ajustados” por manos hábiles y sinvergüenzas.
Acarreo: Transporte pagado para llevar ciudadanos a votar.
Fraude informático o logístico: El famoso “se cayó el sistema” de 1988; con una tecla se pasa de ir perdiendo a ganar de forma arrolladora.
Y la joya de la corona, la innovación histórica de esta elección:
Acordeón de candidatos: Color de boleta y números que se deben anotar, el nombre del candidato es lo de menos.
Todo eso está de vuelta. Como si no hubiéramos aprendido nada. Como si la transición democrática hubiera sido un espejismo.
El colmo es que el partido en el poder, que alguna vez se dijo heredero del movimiento democrático de 1988 —sí, aquél que denunció la caída del sistema— ahora reproduce, punto por punto, el guion de quienes se atornillaban al poder a toda costa.
Hoy no se lucha por la presidencia, se pelea por los jueces. Porque quien controla a los jueces, controla el futuro. Y los de la 4T lo saben.
Y el INE, mutilado y silente, apenas susurra. Se lo han ido comiendo con cuchillo de mantequilla. Le han quitado dientes, uñas, y ahora también la voz. ¿Quién vigilará que no se repita la historia? ¿Quién prenderá la luz en el cuarto oscuro donde se contarán los votos? ¿Quién tendrá el valor de decir lo obvio?
En esta elección judicial no sólo está en juego la legalidad. Está en juego la memoria. Porque permitir este retroceso es traicionar a quienes lucharon por abrir este país a la democracia.
Y si hoy, con toda impunidad, nos vuelven a meter el fraude por la puerta trasera, no será porque los mapaches hayan sido más astutos.
Será porque nosotros fuimos demasiado cobardes.