En la opinión de José Pantoja
En el ya agitado terreno político de Michoacán, se empieza a cocinar a fuego alto la contienda electoral rumbo al 2027. Nada más y nada menos que se elegirán gobernador, diputados locales y federales, así como presidentes municipales. La mesa está puesta, los dados están cargados y los grupos ya se están viendo feo, como en cantina de pueblo.
Los dos bloques más visibles dentro de Morena ya marcaron su raya y no están dispuestos a cruzarla ni con invitación de boda. De un lado tenemos al equipo que lidera el senador y profe Raúl Morón Orozco, viejo lobo de mar en la política michoacana y figura cercana a las bases, al magisterio y al movimiento social. Del otro lado, está el grupo del actual gobernador, el licenciado Alfredo Ramírez Bedolla, quien si bien llegó con el respaldo de Morena y de la 4T, hoy ha optado por levantar vuelo propio y consolidar su figura desde Casa de Gobierno.
El problema es que, como buenos gallos de pelea, ninguno quiere ceder. No hay acuerdos, no hay puentes, no hay negociación. Cada quien jala pa’ su lado, como si el pastel alcanzara para todos. Y mientras tanto, el partido guinda, el mismo que hace unos años arrasó en las urnas, hoy corre el riesgo de desfondarse desde adentro. Morena se enfrenta a un encontronazo entre hermanos de movimiento que ya parece más bronca de herencia que estrategia política.
Este desgarriate interno me lleva a pensar que, ante la falta de acuerdos y la evidente confrontación, los dirigentes nacionales podrían optar por un tercero en discordia, un caballo negro que venga a calmar las aguas y a servir de bisagra entre los bandos. En lo personal, no me sorprendería que ese papel lo jugara el diputado federal Ernesto Núñez Aguilar. Sí, el mismo del Partido Verde, el mismo que muchos ven con recelo por no portar formalmente el chaleco guinda, pero que ha sido un aliado constante y leal de la 4T.
Núñez Aguilar tiene tablas, oficio político y una habilidad para tender puentes donde otros solo levantan muros. Su relación con la cúpula nacional, su trabajo territorial y su imagen de político negociador podrían convertirlo en la carta oculta que el centro decida sacar del sombrero. No sería la primera vez que Morena se apoya en perfiles externos para sortear sus propias tormentas internas.
Así que aguas. Tomen sus precauciones, porque el proceso interno en Morena no va a ser un paseo dominical. Esto pinta para bronca larga, para guerra de trincheras, y como siempre, los ciudadanos terminan siendo los espectadores de una función que no pidieron. Lo que está en juego no es solo el poder por el poder, sino la gobernabilidad de un estado que necesita unidad, visión y acuerdos.
Y si no logran componer el camino, más de uno se va a quedar chiflando en la loma, viendo cómo otros —más hábiles o más astutos— toman la delantera. Porque en política, como en la vida, el que no negocia, pierde.