Morelia, Mich. 19 septiembre 2024.- En el gobierno de Alfredo Ramírez Bedolla, se anunciaron más de 5 mil millones de pesos destinados a infraestructura pública en Morelia, un intento de poner a la capital del estado al día tras más de 40 años de rezago. Sin embargo, la realidad de la situación dejó mucho que desear.
Aunque se mencionaron más de 300 obras públicas, educativas y de infraestructura vial, el impacto real en la calidad de vida de los casi un millón de habitantes fue cuestionable. La conservación del libramiento de Morelia, el Ramal Camelinas y la carretera Cointzio–La Huerta, aunque destacadas, no lograron ocultar el sentimiento general de desconfianza en la administración.
Se prometió una inversión sin generar deuda y la garantía de “cero baches” en los carriles centrales, pero muchos ciudadanos se preguntaron si tales promesas eran realistas. Las obras, como el nuevo anillo periférico y el Paso Superior Vehicular en Villas del Pedregal, se presentaron como mejoras necesarias, pero la sensación de que se trataba de medidas insuficientes para abordar problemas históricos persistía.
Asimismo, el desarrollo de dos distribuidores viales y un teleférico, que se encontraba en licitación, solo añadía a la incertidumbre sobre la efectividad de estas inversiones. En un contexto donde la movilidad es un desafío constante, muchos se cuestionaron si estas obras realmente resolverían los problemas de tráfico y seguridad.
En el ámbito educativo, las acciones en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, aunque bien intencionadas, no fueron suficientes para tapar el vacío dejado por años de descuido y corrupción. La construcción de edificios y talleres no podía compensar la falta de atención a las necesidades básicas de los estudiantes y la comunidad educativa.
Finalmente, aunque se intentó comunicar que no faltaban recursos para la infraestructura pública, la sombra de la corrupción siguió presente, alimentando el escepticismo sobre la verdadera efectividad y transparencia de las inversiones realizadas. La administración de Bedolla dejó a muchos con la sensación de que los cambios eran más un espejismo que una solución a largo plazo.
