La política mexicana sigue siendo un circo donde los payasos cobran como reyes; ¿verdad Noroña?

En la opinión de Manuel Maldía.

¿Qué es más peligroso para un país, un político que se ostenta austero y vive como rico… o un pueblo que aplaude el engaño como si fuera virtud?

La política mexicana, ya sabemos, es ese teatro donde algunos se empeñan en representar papeles que nunca les quedan. Y si de actores hablamos, el senador Gerardo Fernández Noroña es de esos que siempre quieren el papel estelar aunque sea en una obra de tercera. Lo vimos ahora en la Universidad Autónoma del Estado de México, donde una estudiante —Victoria Montes de Oca— le recordó algo que al señor le incomoda: que la austeridad no se predica con discursos encendidos, sino con el ejemplo.

La muchacha, sin miedo y con más precisión que cualquier opositor en la tribuna del Congreso, le recordó sus desplantes misóginos y, de paso, la famosa casita de 12 millones en Tepoztlán. El senador, indignado como si le hubieran pateado el ego, respondió con el clásico recurso de los políticos sorprendidos en falta: “demuéstramelo”. ¿Le suena a usted? Sí, el viejo truco del “pruébamelo en papel”, mientras el político sonríe con la suficiencia de quien sabe que la indignación ciudadana nunca alcanza para un acta notarial.

Y cuando se trató del tema de la austeridad, Noroña nos regaló una joya para el anecdotario nacional: “Yo no tengo ninguna obligación de ser austero”. Es decir, la austeridad, ese estandarte de su partido, es una política pública, no una convicción personal. O dicho con ironía: viva la austeridad… pero que la practiquen otros.

El hombre que presume ser la voz de los pobres, que se golpea el pecho en cada mitin clamando por la igualdad, resulta que se da la gran vida porque, faltaba más, “todos tenemos derecho a una buena vida”. Nada que reprochar, salvo que al señor se le olvida que su discurso se basa en lo contrario: que vivir como rico es, en sí mismo, un pecado neoliberal.

Victoria Montes de Oca no hizo más que ponerle un espejo en la cara. Y en ese reflejo no vimos al revolucionario de barrio que presume ser, sino a un político más, con sus casas de lujo, sus desplantes y su doble moral.

La escena dejó claro lo que muchos sospechaban: que la “austeridad republicana” es como la fe de algunos devotos de misa dominical, se practica de dientes pa’ fuera y con la cartera bien guardada.

Al final, lo de Noroña no es un caso aislado, sino un recordatorio de que la política mexicana sigue siendo un circo donde los payasos cobran como reyes. Y como en todo circo, de vez en cuando aparece un espectador —en este caso, una estudiante— que se atreve a gritar lo que todos piensan.

La pregunta, inevitable, queda en el aire: ¿qué es más peligroso para la democracia, un político que se ostenta austero y vive como rico… o un pueblo que aplaude el engaño como si fuera virtud?