En la opinión de Manuel Maldía.
El partido que alguna vez vociferó sobre la defensa de la soberanía nacional hoy nos demuestra que esa batalla se libra no con convicción, sino con disculpas.
Melissa Cornejo, una consejera estatal que nadie conocía, publicó un tuit irreverente en apoyo a las protestas contra las redadas migratorias en Los Ángeles. ¿Su falta? Usar lenguaje explícito para expresar su desprecio por el trato de Estados Unidos hacia los migrantes mexicanos.
Pero en un país donde la dignidad nacional tiene precio y Washington es el regente silencioso de las decisiones políticas, Cornejo pasó de militante desconocida a “enemiga de la diplomacia”. Christopher Landau, subsecretario de Estado de EE.UU., ordenó la cancelación de su visa.
Todo bien, salvo un pequeño detalle: “la morenista ni siquiera tenía visa válida para cancelar”. Es decir, una sanción sin fundamento, con el único propósito de demostrar quién manda.
Y Morena, en lugar de responder con carácter, optó por el servilismo. Luisa María Alcalde Luján, presidenta nacional del partido, corrió a deslindarse de Cornejo en un comunicado de Twitter. “Morena no promueve la violencia”, aclaró, como si un tuit vulgar fuera equivalente a una declaración de guerra.
La respuesta fue tan apresurada que dio la impresión de que el partido morenista estuviera más preocupado por quedar bien con Washington que por debatir el fondo del asunto: “los derechos de los migrantes y el atropello estadounidense”.
Por si el ridículo diplomático no fuera suficiente, Claudia Sheinbaum decidió cerrar el capítulo con una estrategia de silenciamiento. La presidenta pidió a los militantes de Morena dejar de hacer política en redes sociales.
No discutir, no opinar, no incomodar a los poderosos. La solución para evitar problemas, según Morena, no es luchar por la dignidad ni por una postura clara, sino simplemente callarse.
Si Benito Juárez hubiera tomado este enfoque en 1862, quizá México habría enviado cartas melosas y perfumadas a Napoleón III para convencerlo de que no invadiera México, y habría reprendido severamente al Gral. Zaragoza por pelear la batalla de Puebla.
Pero Juárez entendía algo que Morena ha olvidado: la soberanía “no se suplica ni se negocia, se defiende”.
La transformación prometida por el partido guinda ha terminado en un espectáculo lamentable de sumisión.
Hoy, la lucha por la soberanía no se libra en los campos de batalla ni en los discursos enérgicos, sino en los despachos donde se redactan disculpas apresuradas para no molestar a nuestros vecinos del norte.
La política exterior mexicana ha sido reducida a un ejercicio de corrección política y miedo diplomático.
Bienvenidos a la nueva era de Morena, donde la soberanía se arrodilla y la dignidad nacional se traduce en comunicados tibios y serviles.