En la opinión de Manuel Maldía
El Instituto Nacional Electoral —esa entelequia que presume transparencia como vitrina de joyería y aplica legalismos como cuchillo de carnicero— se aventó la puntada de declarar que no habrá recuento de votos en la elección judicial del 1 de junio. Así, sin temblarle el pulso, soltaron desde lo alto del Olimpo burocrático su dogma: “Aquí las reglas son otras”. Y con eso, quisieron dar carpetazo a lo que huele a trampa, a simulacro, a elección decorativa.
Lo que no dijo el INE, pero se intuye entre líneas, es que esta farsa electoral —porque eso fue, una farsa disfrazada de participación ciudadana— no aguanta una revisión seria. ¿Para qué contar los votos si el acordeón ya había decidido quién entra y quién no? El acordeón, ese instrumento de control disfrazado de orientación, fue el verdadero árbitro. No el ciudadano, no el voto libre. Lo que no se marcaba “correctamente” quedaba invalidado. Y lo que sí, pasaba por la aduana con sello y moño.
Por eso ahora, cuando muchos excandidatos, como Melina Hernández o Dora “La Transformadora” alzan la voz, se topan con pared. Con un Consejo General que, con cinismo casi eclesiástico, niega el derecho al recuento como quien niega la última cena a los condenados. ¿Qué miedo hay de contar, señores del INE? ¿Qué les espanta tanto? ¿Que se caiga el teatro? ¿Que los “ganadores” no tengan los votos que dicen tener?
Claro, la elección judicial fue diseñada para ser opaca. No se permitió la participación de representantes, ni de partidos ni de candidaturas. Todo cerrado, todo en lo oscurito, como los pactos que se hacen entre funcionarios que se deben favores. Pero ahora que la toga está sucia y la urna ciega, vienen con la ley en mano a decir que no hay nada qué hacer.
Este país ha parido muchas farsas democráticas, pero pocas tan refinadas como ésta. Porque aquí se juega con la esperanza de una justicia ciudadana, con la ilusión de que el pueblo puede meter mano en la Corte. Y lo que se obtiene es un menú de opciones previamente cocinado, con sal al gusto del poder y sin posibilidad de réplica.
El mensaje es claro: “Participa, pero no estorbes”. Vota, pero no te atrevas a pedir revisión. Opina, pero no impugnes. Porque en el México del INE, la democracia es un decorado y el voto sólo sirve si ya fue bendecido por el acordeón.
No extrañe entonces que haya quien prepare su impugnación con rabia, con argumentos, con cifras. Y tampoco que otros enciendan veladoras. Porque cuando la justicia se reparte entre compadres y no entre ciudadanos, no estamos frente a un sistema judicial, sino ante una casta de intocables que se heredan el poder con mañas de barrio y formalismos de notaría.
Pero cuidado: cuando se le cierra la puerta a la justicia legal, se abre la ventana del descontento social. Y de ahí, señores, nadie sale bien parado.