¿Tendrá conocimiento Carlos Manzo de cuántos cárteles operan en Uruapan y cuántos miembros los componen?

Por Chendo de Lombardía.
El del Sombrero y el espectáculo de la seguridad: una ciudad tomada por el crimen organizado.
Mientras la violencia se apodera de las calles y los cárteles imponen su ley con vehículos blindados y armamento de guerra, el presidente municipal Carlos Manzo parece haber optado por la comedia antes que por la estrategia. En lugar de ofrecer respuestas claras sobre la verdadera dimensión del problema del crimen organizado en Uruapan, su gestión se ha reducido a un espectáculo mediático sin pies ni cabeza.
La pregunta es urgente y necesaria: ¿Cuántos cárteles operan en Uruapan y cuántos miembros los integran? El silencio del alcalde es tan estruendoso como las balaceras que azotan a los barrios más vulnerables. La policía municipal, integrada en su mayoría por elementos sin la preparación física ni táctica necesaria, se ve rebasada ante grupos delictivos que exhiben una fuerza paramilitar.
El edil parece más interesado en imitar el show del “Memo Valencia Style” (grupo de obesos caguameros persiguiendo carteristas en videos virales) que en encabezar una estrategia seria de seguridad. Y mientras tanto, la ciudadanía queda atrapada en medio de una guerra no declarada, sin protección y sin esperanza.
Los indicios de colusión entre autoridades municipales y grupos criminales ya no son rumores: son un clamor popular. La falta de coordinación con los gobiernos estatal y federal no es un descuido: es una omisión criminal.
Desde los años 70, Michoacán ha sido terreno fértil para el crimen organizado. Ni la guerra frontal de Felipe Calderón ni la política de “abrazos, no balazos” de López Obrador han logrado frenar la violencia. La raíz del problema permanece: corrupción estructural, impunidad, pobreza y abandono institucional.
Una solución integral requiere voluntad política, depuración de cuerpos policiales, programas sociales robustos, educación de calidad, generación de empleo digno y, sobre todo, una aplicación estricta del estado de derecho. Pero nada de esto parece estar en la agenda de Manzo, más preocupado por los reflectores de una campaña mediática orquestada desde la oposición que por los cadáveres que dejan los enfrentamientos en las colonias uruapenses.
¿Queremos guerra? ¿Queremos sangre? Que se desate entonces. Pero tengamos claro que no será el crimen organizado el único culpable, sino también quienes permitieron, con su omisión o complicidad, que la violencia devorara a Michoacán.
Carlos Manzo, con su sombrero de tres picos y su diabetes descontrolada, ha dejado de ser el alcalde de Uruapan para convertirse en un actor secundario en la tragicomedia del crimen organizado.