Morelia, Mich. 18 septiembre 2024.- El domingo pasado, como cada año, víctimas y familiares del atentado con granadas de fragmentación que tuvo lugar el 15 de septiembre de 2008 en el Centro Histórico de Morelia se congregaron desde muy temprano, pero el ambiente estuvo marcado por la tristeza y la desilusión.
Rosas rojas cubrieron la placa en la Plaza Melchor Ocampo, un triste recordatorio del fatídico día que arruinó la vida de miles de michoacanos que, en un momento de celebración por el Grito de la Independencia, se vieron atrapados en la tragedia.
Dieciséis años habían pasado, y aunque las heridas físicas se habían curado, las emocionales permanecieron como un pesado lastre. Las lágrimas seguían fluyendo cada vez que recordaban aquel fatídico día. una de las víctimas, comentó: “Quisiéramos que así como nosotros sufrimos, que no sufra nadie más esta terrible situación que seguimos viviendo. A lo mejor sí nos han ayudado económicamente, pero en el corazón lo vamos a tener por siempre”.
Esta víctima perdió a sus familiares y ella misma sufrió graves lesiones por esquirlas, recibió apoyo gubernamental, pero su familia ya no se atrevió a regresar a celebrar un 15 de septiembre en el centro histórico. La tristeza y el miedo pesaban más que el recuerdo de las festividades.
Las autoridades municipales y estatales, aunque presentes, no pudieron ocultar el vacío que dejó la falta de justicia. Izaron la bandera a media asta en honor a los fallecidos, y montaron una guardia de honor en el lugar del estallido, pero estas acciones se sintieron insuficientes ante la desesperanza de los presentes.
A pesar de las peticiones de justicia plena, que incluya reparación del daño y pensiones para víctimas directas e indirectas, las autoridades federales y estatales no cumplen a cabalidad. En días anteriores, el gobernador del estado, Alfredo Ramírez Bedolla, anunció planes para instalar un memorial en la esquina de Av. Francisco I. Madero y Andrés Quintana Roo, pero muchos se preguntaron si un monumento podría realmente sanar las profundas heridas que permanecen abiertas en la comunidad.